¿Realmente necesitamos sembrar maíz transgénico para la alimentación del departamento de Risaralda?

Por: Juan Sebastián Barrera Montealegre

jsbarrera@utp.edu.co

Maíces de colores negros, amarillos, rojos, azulitos y blancos, de diversas variedades como el pulla, el montaña, el cariaco, el porva, el umeño y el puntilla, son sólo parte de la gran riqueza de maíz con que cuenta la agricultura y la alimentación en nuestro país gracias al esfuerzo y dedicación de agricultores y agricultoras de todo el continente, que haciendo uso de prácticas milenarias de siembra y producción de alimentos,  conservan también la agrobiodiversidad y sus conocimientos asociados.

Durante el año 2012 se realizó un estudio en los departamentos de Antioquia, Caldas, Risaralda y Quindío, en el cual se identificaron 87 variedades de maíz, de las cuales 38 son de granos amarillos, 17 de color blanco  y 13 de otros colores, todos conservados por agricultores y agricultoras tradicionales en la denominada región cafetera (Campaña Semillas de Identidad, 2012). Por ejemplo, el departamento de Risaralda es plataforma del trabajo que personas y familias reconocidas como Custodias de Semillas, realizan en torno a la conservación de la biodiversidad para la agricultura y la alimentación, con experiencias tan significativas como la de la Familia García Ayala en el municipio de Santa Rosa de Cabal, mejor conocidos sus integrantes como “Los Genaros”, quienes mantienen más de 400 variedades de plantas alimenticias en sus parcelas, entre éstas, más de 40 variedades de maíz.

A pesar de toda la riqueza en diversidad de maíz en nuestro departamento, el consumo de este grano se limita a unas pocas variedades, en su mayoría transgénicas, que llegan a los consumidores gracias a los mercados convencionales en los que el maíz importado de Argentina, Brasil, Canadá y Estados Unidos, se oferta a un precio menor que el del maíz producido localmente. Esta situación, generada en gran medida por los tratados comerciales de importación y exportación de alimentos y productos de la agricultura, ha desestimulado la producción nacional de maíz, a tal punto de llevar el consumo de este producto a depender en más de un 80% de las importaciones del mismo.

Pero, ¿por qué llega a un menor precio el maíz traído desde territorios tan lejanos?, la respuesta es muy sencilla, porque llega de países en donde la producción agrícola de este producto es subsidiada para ítems como la compra de insumos, adquisición de seguros y hasta para lograr precios de sustentación, lo que garantiza la posibilidad de ofertar a precios bajos en los mercados de países a los que son exportados, y en donde por lo general, como el caso colombiano, sucede todo lo contrario como bien se pudo evidenciar en el paro nacional agrario del pasado año 2013.

De otra parte, desde la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación FAO, se propone y argumenta bajo la óptica del Cambio Climático que los sistemas productivos agrícolas y pecuarios de los países miembros, deben  reconvertirse a sistemas de producción agroecológica, los cuales no son compatibles con la implementación de semillas modificadas genéticamente. Así mismo, desde el Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC por su nombre en inglés), se sugiere que las especies adecuadas para constituir sistemas agrícolas resilientes a las amenazas del Cambio Climático, deben ser nativas o haber pasado, por lo menos, por un proceso de adaptación a las condiciones ambientales de cada territorio, como el caso del maíz en Colombia, donde a pesar de no ser centro de origen de este grano, se es centro de diversificación del mismo.

Así pues, y aún con este panorama, se siguen impulsando programas que promueven a su vez la siembra de maíz híbrido y ahora transgénico, con pretextos como la alta productividad de estas semillas, la competitividad del agro colombiano, entre otros, razones que finalmente no tienen ningún sentido teniendo en cuenta que nuestro fuerte y característica diferencial como región y como país es la biodiversidad, y que competir con países y empresas transnacionales de producción de alimentos con todos los beneficios tributarios y legales para hacerlo, es para los agricultores colombianos como competir con tiburones en una piscina atestada de éstos.

De ésta manera surge la pregunta ¿realmente necesitamos sembrar maíz transgénico en Risaralda?; la respuesta finalmente la tienen tanto los agricultores como los consumidores. Por un lado, los agricultores necesitan de sistemas de producción resilientes a las amenazas del Cambio Climático y del mercado internacional de alimentos, así como  necesitan que su producción sea comercializada a un precio justo y con todo el apoyo del gobierno nacional para hacerlo; y por otro lado, los consumidores están en todo su derecho de ejercer la soberanía alimentaria, participando en la toma de decisiones para promover unos u otros sistemas de producción agrícola, que finalmente también brinde a éstos, precios justos y alimentos inocuos y de calidad.

Finalmente, y en la humilde opinión de este servidor, considero que no hay ningún motivo por el cual arriesgar a la contaminación genética las muchas variedades de maíz usadas localmente, y mucho menos arriesgar legalmente a los agricultores que con mucho esfuerzo y trabajo las han mantenido, pues a la luz de normas como la ley 1032 de 2006 sobre los derechos de obtentores vegetales, estas personas pueden ser judicializadas por el simple hecho de cultivar semillas “similarmente confundibles” a las semillas comerciales protegidas por grandes empresas semilleras; a cambio, propondría mejor, apoyar la conservación y producción de diversas variedades de maíz, brindando a los consumidores la oportunidad de elegir sobre lo que se desea o no consumir, abriendo un campo del mercado en el que hay poca competencia a nivel local.